La maldad en la mujer
Esto lo
encontré en uno de los tantos textos que leo, y en este momento de dolor y
frustración por la maldad e iniquidad femenina, donde no existe un sentimiento
o una razón, solo son sus raíces, vistos dentro de la mitología y el
cristianismo. Se los dejo a su razón.
PROVERBIOS
12:4 La mujer ejemplar hace de su marido un rey,
Pero la mala
esposa lo destruye por completo
Desde la
Antigüedad, numerosas han sido las figuras de mujeres destructoras, malvadas,
que han usado sus encantos para seducir y, de paso, destruir a los hombres. La
dualidad que identifica al hombre con el bien y a la mujer con el mal ha estado
siempre presente: en la mitología grecolatina, poblada de sirenas, sibilas,
brujas y hechiceras, y en la tradición judeocristiana, que en libros como el
Génesis y el Apocalipsis relaciona a la mujer con la serpiente y la presenta
como bestia o prostituta. "El género femenino, en los albores de la
humanidad no desempeña otro papel, según testimonian múltiples pasajes, sino el
de encarnar la fuerza del mal" (González Ovies, 1994: 353). A la mujer se
la identifica con la astucia, la monstruosidad, la locura, y con el empleo de
artimañas y trampas para llevar al hombre a la destrucción. Así, dada esta
inclinación de las féminas al mal, al pecado y a la debilidad, que les impide
enmendarse, surgen toda una serie de castigos y correctivos que hacen recaer
sobre ellas el peso de la justicia –tanto humana como divina-, con el fin de
restablecer el orden y la moral.
El imaginario patriarcal ha representado
tradicionalmente a la mujer ciñéndose a la rígida dicotomía virgen-prostituta.
Existía un tipo de mujer pasiva, abnegada, sometida al varón, de rasgos
angelicales, y otra más orgánica, activa, fuerte y carnal, a la vez fascinante
y dañina para el hombre, que alcanzaría una de sus mayores expresiones en el
mito de la mujer fatal, que se desarrolla en el siglo XIX, como producto de una
época de grandes cambios sociales (Dijkstra, 1994; Volpatti, 1994).
Sin embargo,
para hallar las raíces de este arquetipo hay que ahondar mucho más, siguiendo
el rastro dejado por una gran cantidad de representaciones femeninas, a lo
largo de toda la Historia del Arte y la Cultura, que nos llevarán hasta el
origen mismo de nuestra tradición, allá en la Grecia clásica, fuente de la que
bebe todavía hoy el imaginario colectivo de nuestra sociedad (Doane, 1991).
Como señala Carmen Ramírez, la "debilidad
física, la fragilidad moral y la inmadurez ética coinciden en las distintas
edades de la historia pagana y de la sagrada, para identificar a la mujer con
una figura portadora del Pecado, e incluso asimilarla con el propio Mal"
(Ramírez Gómez, 2002: 225). El personaje mitológico de Pandora guarda similitudes
con la Eva cristiana (González Arias, 1998). Hesíodo la considera la primera
mujer, que fue enviada al mundo como castigo, después que Prometeo robara el
fuego del Olimpo para darlo a los hombres. Pandora poseía una impresionante
belleza y una excesiva curiosidad, que la llevó a abrir la caja que le había
entregado Zeus, con todos los males que azotan al mundo. El psicoanálisis
identifica simbólicamente dicha caja o recipiente con la vagina (Casanova,
1979).
El cristianismo, como hemos avanzado, no ha sido
mucho más benévolo en el tratamiento de la feminidad. La Biblia está plagada de
mujeres que se ajustan perfectamente al prototipo negativo al que nos estamos
refiriendo. Eva, la primera fémina creada por Dios según las Escrituras
cristianas, fue seducida por la serpiente, pecó al coger la manzana del árbol
prohibido y arrastró con ella a Adán. Como castigo, ambos fueron expulsados del
Paraíso por un enfurecido Yahveh, que condenó a la serpiente a reptar y comerse
el polvo el resto de su vida, auguró a la mujer partos dolorosos y condenó el
hombre a ganarse el pan con su sudor. Sin embargo, la culpa recayó sobre Eva,
quien la transmitiría a todas sus descendientes. Así lo afirmaba San Jerónimo,
uno de los padres de la Iglesia: "La mujer es la puerta del Diablo, la
senda de la iniquidad, la picadura de la serpiente, en una palabra, un objeto
peligroso" (San Jerónimo, cit. en Bosch, Ferrer y Gili, 1999: 9). Ésta
será la base de la Iglesia para considerar malas a todas las mujeres y para
predicar su necesaria sujeción al varón, pues si bien el hombre puede incurrir
en otros pecados, la mujer es la única capaz de tentar, y la tentación
pertenece al Diablo. Ésta es la versión oficial, con la que se pone fin al
culto de la Gran Madre para dar paso a largos milenios de represión femenina.
No
obstante, la presencia de Eva parece muy anterior al establecimiento del
judaísmo. Eva era el nombre de la Gran Diosa Madre mesopotámica y los judíos
aún lo hallan escondido tras el nombre de YAHVEH: YHMH procede de la raíz
hebrea HWH y significa tanto ‘vida’ como ‘mujer’; en caracteres latinos es
E-V-E. Con la adición de una I, formaba la invocación del nombre de la Diosa
como Palabra de Creación, lo cual había sido una idea común en Egipto y en
otras regiones donde la Diosa Madre estaba presente.
En el gnosticismo el papel creador no
corresponde a Dios sino a Eva, que hizo a Adán de sangre y arcilla; esto es, la
Madre Tierra dio vida al hombre. La versión que relata el nacimiento de Eva a
partir de una costilla de Adán sólo sería una transgresión patriarcal del mito
de la Diosa Tierra de la que nace el héroe, que vuelve a ella cíclicamente para
renacer de nuevo (Dini, 1995). Este mito es anterior al cristianismo, que
deriva de él. Adán y Eva han nacido de la Madre Tierra, a la que regresarán.
Según apunta Manuela Dunn Mascetti, en el texto bíblico que relata la expulsión
del paraíso existen pruebas de que Yahveh Dios era sólo una manifestación del
poder creador de la serpiente (Dunn Mascetti, 1998: 171), símbolo tomado de
otras mitologías, en las que se convertía en esposo de la Madre Tierra y juntos
engendraban a todos los mortales (Banc, 1945).
El cristianismo privó a Eva de su poder
creador y la convirtió en un simple vientre para dar a luz a nuevos seres con
dolor. El patriarcado la hizo portadora sólo de la muerte y concedió el poder
de resucitar a un nuevo dios masculino. Así, el doble poder de la diosa terminó
dividido: la Iglesia relacionó a Eva con la muerte y el pecado, por lo que todo
el género femenino quedó maldito. Al Dios cristiano correspondió la parte
buena, la de traer la salvación al mundo. Así se favoreció la actitud misógina
o de desprecio hacia las mujeres en todos los ámbitos de la vida, por parte no
sólo de los hombres, sino también de las propias afectadas.
Sin embargo, según las tradiciones judías, no
fue Eva, sino Lilith –adaptación del demonio babilónico Lilit o Lilu-, la
primera mujer creada por Dios (Bornay, 1996). Si Eva es la pecadora, Lilith
–mezcla de mujer y serpiente- puede considerarse la perfecta encarnación del
Diablo. La tradición judía cuenta cómo Dios la modeló exactamente igual que a
Adán, sólo que, en lugar de polvo, había utilizado suciedad y heces. Lilith
pronto se rebeló, e incluso se atrevió a demandar la igualdad entre sexos, al
negarse a colocarse debajo de Adán durante el coito. No se dejó forzar y
desapareció, libre, en el aire. "Su historia parece encarnar los más
profundos temores masculinos sobre la impotencia, la debilidad y muy
especialmente sobre la ‘desenfrenada’ sexualidad femenina, su afirmación y su
independencia" (Bosch, Ferrer y Gili, 1999: 14). Lilith escapó al castigo
divino, convirtiéndose así en la pionera de una "estirpe de
diablesas" que logró sobrevivir. De este modo, rameras, diablesas y
mujeres antinaturalmente rebeldes son la misma cosa, pues Lilith fue realmente
el primer ejemplo de esa horrible criatura que más tarde se llamará mujer
"emancipada" (Bornay, 1990).
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